lunes, 4 de agosto de 2014

Lo político pudre al Mercosur

En julio último, el expresidente del Gobierno español Felipe González afirmó en Asunción que “el Mercosur ahora está desbordado por la Unasur”. En realidad, la entidad regional que debió ser una unión aduanera ahora está más bien podrida por ese conglomerado político de notorio cariz izquierdista bolivariano. Quienes llevan la voz cantante en Unasur utilizan el escenario del Mercosur para plantear cuestiones del todo ajenas a sus objetivos, tal como se ha vuelto a ver en la reciente 46ª Cumbre de Caracas, mientras al mismo tiempo bloquean de hecho y de derecho la integración económica dentro del bloque.

En la citada Cumbre, solo el Paraguay planteó asuntos comerciales, mientras que los demás países prefirieron ocuparse de la Franja de Gaza, del conflicto de la deuda externa argentina y los “fondos buitre”, y hasta de la proclamación de Hugo Chávez y de Néstor Kirchner como “ciudadanos ilustres” del Mercosur. Valdría la pena saber qué hicieron estos dos personajes por la región, y en nuestro caso, por el Paraguay. Valdría la pena que los productores agrícolas y los industriales paraguayos publiquen la lista.

El Tratado de Asunción no pretendió que los países signatarios tuvieran una política exterior común, sino que alcanzaran un arancel externo común y eliminaran gradualmente las barreras aduaneras regionales. En los últimos años, sin embargo, se ha vuelto cada vez más notorio que la mayoría de los miembros del Mercosur prioriza lo político incluso al precio de violar el Tratado, tal como lo admitió orondamente el presidente uruguayo, José Mujica, al tratar de explicar la arbitraria suspensión de la membresía paraguaya, y tal como se reitera ahora, cuando se lanza el “Comunicado especial sobre la situación en Gaza” como un documento del Mercosur, pese a que no fue aprobado por unanimidad porque el Paraguay lo objetó.

Esta vez, Mujica ha dicho que se necesita “voluntad política para que haya integración” y que eso es “responsabilidad de los Gobiernos”. Una perogrullada, quizá, pero lo que ha venido faltando, precisamente, es esa voluntad de integrarse y hasta de ayudar para que los países más pequeños se industrialicen. Al Uruguay le ha costado y le cuesta mucho poner en funcionamiento la planta de celulosa de Fray Bentos, ante las sistemáticas trabas oficiales y extraoficiales de su vecino rioplatense. Ha visto entorpecida la construcción del puerto de aguas profundas de Rocha porque la banca estatal brasileña ha olvidado su promesa de financiarla, razón por la cual Mujica viajó a Washington en busca de recursos, pese a que “el Tío Sam está enfermo”, como acaba de revelar en Caracas para solaz de los presidentes de países tan rozagantes económicamente como Venezuela y Argentina.

También nuestro país quiere industrializarse, y por eso pidió que el régimen de normas de origen, de importación y de admisión temporaria fuera extendido hasta 2030, de modo que los productos fabricados aquí puedan tener hasta un 60% de componentes de países de extrazona. El pedido fue rechazado, lo mismo que el referente a que el Paraguay tenga una zona franca, como la tienen los demás miembros. Faltó incluso el apoyo uruguayo, pese a que más de una vez Mujica había planteado la necesidad de que los países relativamente pequeños formen una suerte de frente común para no ser avasallados por los grandes. En realidad, ya en septiembre de 2011 habló de “replantearse algunas cosas” en el Mercosur, cuando el Brasil aumentó en un 30% los aranceles previstos para la importación de vehículos, incluidos los procedentes del bloque regional.

Y bien, lo primero que corresponde es volver a la letra y al espíritu del Tratado de Asunción, recordando que el mercado implica, según su art. 1º, la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países, la creación de un arancel externo común y la adopción de una política comercial común con respecto a otros Estados o grupos de ellos, la coordinación de políticas económicas y sectoriales y el compromiso de los Estados partes de armonizar sus leyes en las áreas pertinentes para fortalecer el proceso de integración. El Mercosur no implica, pues, una política diplomática exterior común frente a acontecimientos mundiales ni a litigios judiciales que cada uno de sus miembros pueda tener con sus acreedores.

Cuando se habla de “replantear” el bloque, no debe entenderse que ello signifique modificar el Tratado para convertir el Mercosur en un foro regional político –como lo convirtieron algunos–, sino reflexionar, justamente, acerca de si los Estados firmantes tienen la sincera intención de impulsar la integración económica, considerando también la asimetría que existe entre ellos. Por su condición mediterránea, el Paraguay sigue sufriendo trabas, por ejemplo, para exportar sus productos a través de la Argentina hasta el Uruguay, como lo viene denunciando el Centro de Armadores Fluviales. El presidente boliviano, Evo Morales, también se quejó amargamente en la última Cumbre de Caracas de las dificultades que tiene su país para introducir su banano a la Argentina.

Mientras persistan esas trabas –incompatibles con el Mercosur– no podrá afirmarse que realmente se quiera tener un mercado común, por más declaraciones rimbombantes que se hayan hecho en los cuarenta y seis encuentros presidenciales realizados hasta hoy.

La Alianza del Pacífico, creada en Chile en 2011, ha avanzado en tres años mucho más que el Mercosur en veintitrés, porque allí sí hay “voluntad política” de integración económica. Allí no prima lo político-ideológico sino el interés de crecer juntos, eliminando obstáculos comerciales. Que el Mercosur tome nota de lo que están haciendo sus vecinos, y de que los europeos crearon un verdadero mercado común antes de formar una Unión Europea, que con todo hoy solo tiene atisbos de una política exterior.

El Mercosur sabe perder el tiempo, según enseña una larga y dolorosa experiencia. No es serio, y lo político lo está pudriendo cada vez más.

http://www.abc.com.py/edicion-impresa/editorial/lo-politico-pudre-al-mercosur-1272695.html

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