lunes, 1 de septiembre de 2014

La ignorancia y la indecencia campean la Función Pública

“Para fabricar salchichas se requieren aptitudes especiales; para ser legislador o ministro en el Paraguay, el talento y los conocimientos son superfluos. La preparación, el carácter, la honestidad, a veces estorban. Valen más ciertas contorsiones y genuflexiones del cuerpo que veinte años de estudios, que la decencia y la probidad”. Estas amargas pero realistas palabras de Eligio Ayala –escritas en 1915– están hoy más vigentes que nunca.
La ignorancia y la indecencia campean por sus fueros, sobre todo en el Congreso. La ciudadanía no termina de asombrarse de los manejos ilegales e inmorales de que se valen especialmente los legisladores para llenar sus bolsillos y los de sus allegados. Desde hace mucho, sabe también que para lanzarse a la carrera política es necesario contar con la protección de los dueños de los sectores internos de los partidos, o bien contar con dinero suficiente para comprar un buen lugar en una lista de candidatos.
La alianza entre el servilismo y la riqueza otorga las mejores chances para ganar un escaño. El conocimiento puede ser un lastre en la medida en que quien tiene alguna idea de lo que debe hacerse desde el Congreso, puede formular algunas preguntas incómodas a sus propios correligionarios. Es que, como dijo el mismo Ayala, nuestros partidos carecen de fines políticos, sociales o económicos ulteriores a la conquista de los puestos públicos y sus sueldos: “Los principios e ideales enumerados en sus programas son fórmulas teóricas, ensayos especulativos que no viven en ninguna propaganda activa, son decoraciones exóticas”.
Nadie toma en serio esos ideales. Más aún, nadie los conoce, empezando por los propios parlamentarios. Si se los sometiera a un examen sobre los idearios de sus respectivos partidos, se aplazarían masivamente. Leer y pensar sobre asuntos políticos, económicos o sociales les cuesta mucho más y les gusta mucho menos que intrigar dentro de sus propias filas, dedicarse al prebendarismo o instalar a la parentela en el presupuesto nacional. Para ellos, capacitarse antes y durante el ejercicio del cargo electivo es una irreparable pérdida de tiempo. Por eso tenemos a muchos senadores, diputados y políticos a los que puede aplicarse el folclórico “lapi mbyky” (lapiz corto), como tan bien se pinta en el dicho popular a los ignorantes.
Lamentablemente, ni la Constitución ni las leyes exigen que quien aspire a ser senador o diputado tenga alguna idoneidad, como en cambio debe demostrarla –en un concurso público de oposición– quien pretenda ser funcionario público. De allí que se tenga a tantos “paracaidistas” en el Congreso, que aterrizaron allí solo gracias a su amistad con los popes partidarios o alfombrando el camino con dinero malhabido.
La falta de idoneidad y de méritos de una gran mayoría de los legisladores posibilita situaciones insólitas, como por ejemplo que en el Senado la Comisión de Asuntos Constitucionales, Defensa Nacional y Fuerza Pública esté presidida por un médico, el Dr. Julio César “Yoyito” Franco. Situaciones como estas ocurren porque, para infortunio de nuestro país, los cargos se rifan en ese Poder del Estado y otras instituciones en un infame cuoteo político, dando la razón al ilustre Eligio Ayala.
Toda esta lamentable situación que se observa día a día en las instituciones del Estado sin ninguna duda es consecuencia directa de las fatídicas “listas sábana”, madre prolífica del descalabro que sufre el país.
Los políticos no son conscientes de sus limitaciones, de modo que seguirá habiendo candidatos incapaces. Porque estos lastres de nuestra sociedad cuentan con la coraza de las “listas sábana” es que los ciudadanos tienen que ser mucho más cuidadosos cuando llegan las elecciones. Pero aun cuando hoy tiene muy poca maniobrabilidad para modificar esas listas y votar por los candidatos que desearía, la gente sin embargo puede ponerlos en evidencia haciéndoles el vacío en los lugares públicos a que concurran exhibiendo su poder y su fortuna malhabida.
Con tantos impresentables que ocupan las bancas, la tarea legislativa se ha deteriorado tanto que se corre el riesgo de que ya no se la tome en serio y que se repita aquí lo que ocurrió en el Brasil en 2010, cuando el payaso analfabeto “Tiririca” fue electo diputado, con el segundo mayor caudal de votos de la historia de su país, diciendo: “¿Qué hace un diputado federal? En realidad, no lo sé. Pero vote por mí, que le cuento”. Tal vez, esto fue lo que pensó, por ejemplo, Carlos Portillo para candidatarse.
Es imprescindible, entonces, que la lucha de la población, especialmente de los jóvenes, sea fuerte y persistente y que se les haga sentir a los indeseables que ocupan bancas y cargos públicos que la ciudadanía ya no los quiere, que está podrida de su latrocinio y de su desvergüenza.

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